En el ámbito del derecho penal, la protección de los derechos humanos es un tema central y complejo. La relación entre los dos se encuentra en la aplicación de normativa que garantiza el respeto a los derechos humanos, tanto para las víctimas como para los acusados. Dicha relación es de naturaleza binaria: por un lado, el derecho penal protege a las víctimas de delitos al disuadir comportamientos criminales; por otro, asegura que los acusados reciban un trato justo bajo el marco de la ley.
El principio de integración, consagrado en diversas constituciones, destaca como eje central en la convergencia de normas nacionales con tratados internacionales sobre derechos humanos. Este principio no solo enriquece la legislación penal, sino también obliga a los estados a ajustarse a normas internacionales, garantizando así un nivel de protección de los derechos humanos que trasciende las fronteras nacionales.
Uno de los desafíos más significativos es la tensión entre la expansión del poder punitivo del Estado y la perspectiva garantista, que busca proteger los derechos individuales frente a abusos potenciales. La integración de normativas internacionales en la legislación nacional puede resultar en conflictos, especialmente cuando el estándar internacional difiere del marco legal interno.
Debido a esto, es fundamental que los países encuentren un equilibrio que permita proteger a las víctimas sin sacrificar las garantías procesales de los acusados. Al mismo tiempo, deben evitar que la aplicación inadecuada de normativas internacionales lleve a prácticas punitivas injustas, como condenas basadas en leyes no explícitamente presentes en el derecho interno al momento de los hechos.
El concepto de bloque de constitucionalidad actúa como un puente integrador entre las normativas nacionales y los tratados internacionales. Permite que ciertos tratados internacionales formen parte del orden legal interno, otorgándoles un estatus similar al de las normas constitucionales. Este modelo es crucial para garantizar que las disposiciones internacionales sobre derechos humanos sean efectivamente aplicables a nivel nacional.
En Colombia, la incorporación de estos tratados en el derecho penal ha mejorado la protección de los derechos humanos, garantizando su prevalencia jurídica. Sin embargo, esta integración requiere una cuidadosa delimitación para evitar interpretaciones que puedan sobrepasar las intenciones del marco constitucional nacional.
El fortalecimiento de los derechos de las víctimas en el proceso penal es otro punto crítico. La garantía de acceso a la justicia para las víctimas, así como sus derechos a la verdad y la reparación, reflejan un compromiso con un enfoque más inclusivo y justo. No obstante, deben trazarse límites claros para asegurar que la ampliación de los derechos de las víctimas no se contradiga con los derechos concedidos a los acusados.
En este contexto, el derecho penal debe funcionar como un instrumento de control del poder estatal, asegurando que ni las víctimas ni los acusados sean sujetos de injusticias. La protección de los derechos de las víctimas no debe derivar en un sistema donde las garantías procesales se vean erosionadas en nombre de la justicia.
Desde una perspectiva no técnica, el derecho penal juega un papel esencial en la protección de los derechos humanos al asegurar que los delitos sean investigados y sancionados bajo un marco legal que respeta las garantías individuales. La tarea no es sencilla, pero las normas internacionales ofrecen pautas valiosas para la mejora del derecho penal.
Desde una perspectiva más técnica, es vital que los sistemas legales mantengan un balance exacto entre la integración de tratados internacionales y las necesidades internas de protección de derechos. La clave reside en evitar que los derechos de una parte prevalezcan injustificadamente sobre los de la otra, y en garantizar que todas las normas introducidas en el ámbito local sean coherentes con los objetivos de un sistema penal justo y equitativo. Para más información, visita nuestras páginas de servicios.
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